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¡Los desastres no son naturales!

En 2017 me tocó enfrentar una crisis empresarial y personal tras el derrumbe de las oficinas de dos de mis empresas, ResponSable y S-Peak como resultado del sismo del 19 de septiembre. Gran parte de mi experiencia como líder frente a la incertidumbre, la he plasmado en mi libro Minuto cero y en múltiples conferencias que he impartido sobre resiliencia organizacional, pero de lo que he hablado poco ha sido todo lo que aprendí en el tema de “desastres naturales”.  

Desde 1989 la Asamblea General de Naciones Unidas designó el segundo miércoles del mes de octubre como el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres con el objetivo de promover una cultura mundial para prevenir, mitigar y preparar a las comunidades y gobiernos ante los desastres naturales. Por lo que quise aprovechar esta fecha especial para compartirles un poco de lo que aprendí.

Usualmente se suele hablar de desastres y fenómenos naturales como si fueran la misma cosa, pero no es así. Mientras que los fenómenos naturales son eventos causados por la naturaleza y entre ellos podemos mencionar a los sismos, inundaciones y sequías; los desastres naturales son causados por el ser humano: son siempre el resultado de sus acciones y decisiones, y repercuten en el medio ambiente, las personas y sus bienes. Para mencionar algunos ejemplos: construir y vivir dónde no debería, uso de suelo indebido, deterioro ambiental, desorganización en la planeación y operación de proyectos de infraestructura, etc.

A lo largo de la historia, ha sido el comportamiento del ser humano el que ha llevado a ocasionar los peores desastres naturales y esto se debe, a una falta de medidas y protocolos preventivos y por supuesto, a la corrupción. De ahí la construcción social del riesgo.

De hecho, el Centro Nacional para la Prevención de Desastres (CENAPRED) publicó un análisis sobre los desastres con mayor impacto en México desde 1980. Para medir el impacto se consideraron tanto los aspectos económicos que generan daños y pérdidas, como las repercusiones sobre las personas; como resultado de este análisis los sismos de 2017 y los ciclones tropicales de 2013 y 2014 se posicionaron en los primeros tres lugares.   

Si bien es cierto que los fenómenos naturales no se pueden evitar, ¿qué tan preparados estamos ante su llegada? ¿Realmente estamos conscientes del riesgo que esto implica? ¿Estamos tomando las medidas de prevención? Podemos decir que sí, sabemos que México es un país en zona sísmica, bioceánico y por eso constantemente se realizan simulacros… Pero en los hechos, asumimos una postura más laxa porque eso “solo les pasa a las demás personas, no a mí” e incluso como ciudadanía en general no exigimos justicia y transparencia ante las series de negligencias… No aprendemos lo suficiente de forma sistemática y sistémica del pasado. 

Los desastres naturales que han marcado la historia de México debieran proporcionar las mejores lecciones para prevenir y prepararnos ante los fenómenos que son frecuentes en el país. Sin embargo, el tema de la corrupción literalmente mata, mata la economía, cobra la vida de cientos de personas y hunde en la pobreza a los más desfavorecidos. De acuerdo con la ONU, los desastres naturales cuestan cada año a la economía mundial aproximadamente 520 mil millones de dólares, llevando a muchos una pobreza extrema. Mientras los más favorecidos se intercambian o negocian los recursos y beneficios hacia sus influencias, el no existir una distribución equitativa de los recursos naturales con los que contamos agrava una situación ya complicada para muchos. 

Pero ¿cómo podemos prevenir estas amenazas? 

El Marco de Sendai (ONU 2015) se centra en tres dimensiones del riesgo de desastre que son: exposición a amenazas, vulnerabilidad y capacidad, y características de las amenazas. Éste fue el primer acuerdo principal para poder prevenir la creación de nuevos riesgos, aumentar la resiliencia y para reducir los riesgos ya existentes. 

En este sentido, el Marco de Sendai enfatiza la necesidad de desarrollar una evaluación cuantitativa y cualitativa de los daños causados ​​por desastres en términos de pérdidas, vidas humanas, flora y fauna, salud, medios de conservación, así como aspectos económicos, físicos, sociales, culturales y ambientales de las personas, empresas, comunidades y países. 

Sin embargo, se ha observado que las buenas prácticas en la gestión de riesgos no están relacionadas con un sistema de gestión específico del gobierno. La conciencia, la comunicación y la confianza entre los diferentes factores también son características de la gestión de riesgos que no pueden cuantificarse o clasificarse. 

¿Y las empresas, qué podemos hacer? ¿Cómo influye la Responsabilidad Social? Más allá de los donativos monetarios y en especie que muchas compañías proporcionan de buena fe para ayudar a los más necesitados, es indispensable contar con una estrategia de Responsabilidad Social en la que estén identificadas las amenazas de eventos naturales y por ende los riesgos económicos, sociales y ambientes que podríamos enfrentar como organización, así como cada uno de nuestros grupos de interés, empezando con nuestros colaboradores y cadena de valor. ¿Por qué preguntarán los más escépticos? Porque una empresa sin colaboradores en condiciones de trabajar ni proveedores que surtan sus servicios y productos, el negocio para. Y una empresa no puede prosperar en una sociedad que no esté sana.

Por consiguiente, el gobierno tiene una gran participación para la prevención, mitigación, preparación, recuperación y rehabilitación. Las acciones preventivas siempre pueden ayudar con los efectos negativos de un desastre causado, y más si toman en consideración temas de pobreza, marginalización, vulnerabilidad y grado de amenaza.

Al tiempo que construimos una buena relación con nuestros grupos de interés tanto internos como externos, tenemos como empresa la capacidad de fomentar la cultura de prevención, incrementar la capacidad de resiliencia de nuestros grupos de interés, crear conciencia ética en torno a temas de irresponsabilidad y corresponsabilidad en nuestra esfera de influencia, para finalmente reducir la magnitud de los desastres.

Como empresaria afectada por el sismo del 19s me queda claro que la amenaza ante los fenómenos naturales es incierta. No podemos determinar cómo y cuándo nos va a golpear una crisis, por lo que debemos estar conscientes sobre lo que está en juego, las capacidades que hemos construido al interior para enfrentarla y los vínculos que hemos desarrollado con nuestros stakeholders. Una organización bien estructurada e informada, donde la gente sabe qué hacer frente a los peligros naturales, demuestra mayor resiliencia organizacional y resulta menos vulnerable que una organización que los desconoce.  

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